Como ya ocurriera en el
renacimiento, en el barroco, la escultura española continuó desarrollando unas
características muy peculiares. El empleo de la madera policromada y la casi
exclusiva temática religiosa son los dos rasgos más genuinos de la imaginería
hispana a los que cabe sumar la aparición del “paso” procesional. El realismo
de la época se hizo evidente en los
rostros de los Cristos y Vírgenes en cuyas anatomías se empleó una carnación
mate y en cuyas vestimentas se rehuyeron las ricas decoraciones polícromas y
estofadas de la centuria anterior.
La escultura barroca castellana,
caracterizada más por el dramático realismo que por la plasmación de la belleza
idealizada, está representada por el gallego Gregorio Fernández (1576-1639),
que, afincado en Valladolid se dedicó a la talla religiosa creando tipos de
gran difusión, entre los que destacan sus Cristos crucificados y yacentes.
Éstos últimos, aunque con
variaciones de matiz, responden a un modelo común. Cristo aparece tendido sobre
el lecho que cubre el sudario. La cabeza tratada con gran virtuosismo y elevada
sobre una almohada se vuelve generalmente hacia el espectador, el sudario y el
paño de pureza aparecen tratados con sus característicos pliegues angulosos,
duros y quebrados, del escultor gallego.
El modelado sensorial y la
policromía permiten un realismo muy acusado que se pone al servicio del
dramatismo. Se trata de excitar la piedad de los fieles mostrando en primer plano
la herida supurante del costado, las rodillas machacadas por las caídas y los
rasgos de rigor mortis (entonación olivácea, ojeras etc.).
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