Entierro del conde de Orgaz, El Greco, renacimiento, manierismo, 1503-05 óleo sobre lienzo, 4,87x3,6m. Iglesia de Santo Tomé (Toledo) |
La escena está dividida en dos zonas: una inferior, en la que ocurre el milagro y una superior donde se muestra la esfera celestial.
En la zona inferior hay tres partes: la central, con el milagro, a la derecha el responso por el eterno descanso del alma del señor y como fondo, un buen número de testigos en los que introduce retratos de personajes contemporáneos, algunos de los cuáles han sido identificados.
El milagro consiste en que San Esteban (revestido con la dalmática de diácono) y San Agustín (con la capa pluvial y la mitra, de pontifical) se presentan durante el entierro del conde. Entre ambos santos sujetan sin esfuerzo alguno el cuerpo del señor de Orgaz que está recubierto de una pesada armadura metálica y lo introducen en el sepulcro. A la derecha se representa la lectura del responso (oración de difuntos para que su alma sea acogida por Dios en la gloria) por parte del párroco, revestido de capa pluvial con gruesos bordados en hilos de oro, y al sacristán, de espaldas, con un sobrepelliz de notable transparencia en blanco. Es la zona realista del cuadro; los personajes adoptan actitudes reales y son más naturales las sombras y las texturas.
Eclesiásticos y civiles toledanos, entre los que se aprecia el autorretrato del Greco, asisten al acto, todos ellos con sus mejores galas, vestidos de negros, según la disposición de Carlos I, como ideal de dignidad. Algunos de ellos son caballeros de la Orden de Santiago.
En el plano superior encontramos un rompimiento de cielos para ver la gloria celeste. La unión entre la zona terrenal y la celeste se realiza mediante un ángel que lleva el alma del difunto en forma de pequeño feto. De esta forma la muerte se convierte en un trance doloroso, pero lleno de esperanza.
El primer tema que encontramos en la gloria es la representación de la Virgen y San Juan Bautista ante Cristo, siguiendo la tipología denominada “Déesis” en el arte bizantino. Al mismo tiempo Cristo ordena a San Pedro, reconocible por el atributo de las llaves, abrir el Cielo al recién llegado. Alrededor se disponen personajes del Antiguo Testamento (David, Moisés, Noé) y del Nuevo, María, Marta y Lázaro, San Pablo, Santiago y Santo Tomás. Como dato anecdótico, es curiosa la presencia entre los santos de dos personajes que en el momento en que se hace la pintura todavía no habían fallecido: Felipe II, que nunca mostró interés por la forma de pintar del Greco, siendo posiblemente resaltado su papel como defensor de la Fe, y del papa Sixto V.
El niño (Jorge Manuel, hijo de El Greco) que mira fijamente al espectador, como una invitación a participar en la escena. Este recurso no era raro en el Renacimiento (recordar a José de Arimatea en el Santo Entierro de Juan de Juni). A pesar de la solemnidad del momento, no todos los personajes que presencian el momento son capaces de captar su trascendencia. Apenas cinco de ellos, representados con la mirada dirigida hacia arriba, parecen participar de la visión sobrenatural que el Greco ha situado en la parte superior, caracterizada por el empleo de figuraciones y colores irreales, de otro mundo.
En esta obra están presentes todos los elementos del lenguaje manierista del pintor: figuras alargadas, cuerpos vigorosos, escorzos inverosímiles, colores brillantes y ácidos, uso arbitrario de luces y sombras para marcar las distancias entre los diferentes planos, etc. Rasgo manierista es también la no existe profundidad en la escena, por lo que no observamos ni suelo, ni fondo arquitectónico en el que se desarrolla la escena. El sepulcro o la tumba en la que se coloca el cadáver no está representada; la intuimos. Como en otros cuadros de El Greco, hay diferentes perspectivas: una, con el pintor colocado a nivel del espectador, para la parte terrenal; y otra, vista desde abajo, para la parte celeste.
El Greco hace un uso artificioso de la luz, algo típico del manierismo. En la parte inferior se aprecia una concentración lumínica en el espacio en que se produce el milagro. Aquí abundan los colores blanco, rojo y dorado, recurso de color tomado del refinamiento de la pintura veneciana, que se combinan con un juego de brillos y reflejos en la reluciente armadura, con el busto de San Esteban reflejado en el pecho del conde. Las nubes también están resueltas con un colorido y un aspecto que sigue de cerca las experiencias venecianas de Tintoretto.
Aunque es internacionalmente conocido como “El entierro del Conde de Orgaz” y así nos referiremos al personaje, don Gonzalo Ruiz en realidad no era conde, ya que el condado de Orgaz no se constituyó hasta el siglo XVI.
En el programa de TVE "La mitad invisible" realizaron un capítulo muy interesante sobre esta obra.
En el programa de TVE "La mitad invisible" realizaron un capítulo muy interesante sobre esta obra.
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