Velázquez pinta este cuadro, sin
encargo previo y por voluntad propia, algo importante. Se trata de una pintura
de historia, religiosa en una y mitológica en otra. Este tipo de pinturas se consideraban
las más importantes de todas porque requerían conocimientos de historia, literatura,
composición, etc. por parte del pintor y no sólo buena mano o habilidad para
copiar. Del mismo modo se ajusta también a la tradición clasicista por la
importancia que concede al desnudo, uno de los puntales de los estudios académicos.
Los cíclopes, colocados en diferentes posturas y con el torso desnudo, le
sirven para hacer una galería de personajes, posturas y actitudes, un alarde de
estudios anatómicos y de fisionomías.
Fragua de Vulcano, Velázquez (1630) óleo sobre lienzo, Museo del Prado
La Fragua supone un punto de
inflexión en la pintura de Velázquez, tanto por el tema como por la técnica.
Técnicamente crea un espacio tridimensional en el que las figuras se mueven con
holgura, formando un círculo en torno al yunque. La gama de colores es aquí más
fría que en las obras anteriores; la luz ha abandonado por completo los juegos
de claroscuro y baña la estancia de manera mucho más matizada y difuminada. El
foco de luz principal se encuentra en torno al dios Apolo, no sólo por la que entra
de la izquierda sino también por la aureola y la ventana de atrás. El segundo
foco de luz, entre los dos cíclopes, pierde importancia al quedar un tanto
apagado por el martillo que nos tapa parte del resplandor.
La mayor riqueza de colores se
concentra en la figura de Apolo, poniendo un contrapunto a los tonos marrones
del resto del cuadro: azul en el paisaje, verde en la corona de laurel, mostaza
en el manto y azul en las sandalias.
La pincelada es ahora más suelta,
más ligera, menos empastada y más fluida. Las capas de pintura no son tan
opacas como en la etapa sevillana. Los fondos se hacen con una capa muy ligera
de pintura y el paisaje está resuelto con muy pocas pinceladas sobre el tono de
base, que se transparenta en algunos lugares.
El manto de Apolo es la zona que
presenta empastes más gruesos, mientras las telas de los cíclopes están hechas
con la pintura muy diluida. Para matizar los desnudos, sombrearlos y dar la
sensación de suavidad al tacto de la carne, Velázquez emplea un procedimiento
semejante al que empleará en el Cristo crucificado de San Plácido: sobre el
tono previo de la carnación vuelve a tocar con el pincel mojado en pintura muy
diluida en distintas zonas, como si manchara. Para destacar determinadas partes
por la luz, como los ojos, los brillos de la armadura y los objetos metálicos,
la panza de la jarra, la uña del cíclope de la derecha o las chispas que saltan
del fuego, Velázquez toca con blanco, en algunos casos con un toque mínimo.
Como es habitual en el modo de
hacer del pintor, unas figuras o unos objetos se superponen a otros: es el caso
aquí del yunque, pintado sobre la túnica de Apolo, tapando su pie izquierdo,
posiblemente para llevar la figura hacia atrás. Velázquez, también según su
forma de trabajar, fue modificando la obra a medida que la pintaba, quitando y
poniendo cosas o cambiando posturas y gestos.
Hay líneas blancas muy finas que
marcan los contornos de las figuras, como en el manto y el rostro de Apolo o en
la cabeza y el brazo del cíclope de la derecha. Como en sus otras pinturas
mitológicas, trae el mito a la vida cotidiana y sustituye a los cíclopes de un
solo ojo en la frente, igual que Polifemo, por cuatro contemporáneos suyos.
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