Los adornos dorados sobre la
armadura de parada, el calzón del rey y la gualdrapa del caballo se hacen a
base de toques amarillos de pincel, más empastados que el resto, y que de cerca
no tienen forma, pero en la distancia adquieren pleno sentido.
El Rey lleva los atributos del
máximo poder militar: armadura, fajín colorado y bengala de general. El origen
de este tipo de representación está en las esculturas ecuestres de los
emperadores romanos, como Marco Aurelio, que se retoman en el renacimiento italiano.
Un claro antecedente, que Velázquez conocía bien, es el retrato el Carlos V en Mühlberg,
pintado por Tiziano.
El monarca monta a la es pañola,
sujetando las riendas con una sola mano, la izquierda, lo cual muestra su
habilidad de jinete y le deja la derecha libre para llevar la bengala. El Rey
aparece recortado sobre un paisaje de la sierra de Madrid pintado con tonos
fríos, verdes, grises y azulados, muy característicos de Velázquez, tanto de estos
retratos ecuestres como los de caza.
En las plumas del sombrero y los
adornos de la armadura Velázquez hace un alarde de libertad técnica: con unos
toques de blanco puro consigue los brillos radiantes del metal en la manga y
con otros ligerísimos de blanco y marrón, los adornos del sombrero. El bigote y
el pelo, peinados a la moda ambos, se hacen sobre el tono de la cara, con
pinceladas sólo un poco más oscuras y muy ligeras de pasta. La armadura
sobresalía más al principio por el fondo y Velázquez la redujo, tapando la
pintura inicial con unas pinceladas más claras, entre blanco y gris, que siguen
el contorno actual.
Las patas traseras del caballo,
como el tacón de la bota y el fajín, tienen correcciones que se pueden apreciar
a simple vista, gracias a la ligereza de las capas de pintura que aplica Velázquez,
cargadas de aglutinante y poco empastadas.
En la parte inferior izquierda
encontramos un papel, una especie de firma del pintor, aunque no haya escrito
nada sobre él. Estos papeles para firmar son habituales en la pintura italiana,
pero también aparecen en la obra de otros artistas como El Greco. Velázquez lo coloca
también en Las Lanzas. El hecho de dejarlo en blanco ha sido interpretado como
un gesto de soberbia, no era necesario firmarlo ya que nadie en el reino, sino
Velázquez, podría haberlo pintado.
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