No tuvo suerte Bartolomé Murillo
cuando en 1621 Gregorio XV promulgó el dogma de la Inmaculada Concepción porque
su conversión en el experto de la nueva iconografía le obligó a atender a una
copiosa demanda. Quedando así este amante de las antigüedades romanas y
fundador de la Academia sevillana con un innato sentido para percibir y
representar la belleza femenina, relegado a mero pintor de inmaculadas. Sin
embargo como decía Eugenio D’Ors “el
mejor Murillo es el de las escenas picarescas de cierta sombría profundidad”.
Una joven y su dueña, Murillo (1670) óleo sobre tela National Gallery, Washington
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