Analizan expertos la creación artística

25.2.12

Fragua de Vulcano


Velázquez pinta este cuadro, sin encargo previo y por voluntad propia, algo importante. Se trata de una pintura de historia, religiosa en una y mitológica en otra. Este tipo de pinturas se consideraban las más importantes de todas porque requerían conocimientos de historia, literatura, composición, etc. por parte del pintor y no sólo buena mano o habilidad para copiar. Del mismo modo se ajusta también a la tradición clasicista por la importancia que concede al desnudo, uno de los puntales de los estudios académicos. Los cíclopes, colocados en diferentes posturas y con el torso desnudo, le sirven para hacer una galería de personajes, posturas y actitudes, un alarde de estudios anatómicos y de fisionomías.
Fragua de Vulcano, Velázquez (1630) óleo sobre lienzo, Museo del Prado
La Fragua supone un punto de inflexión en la pintura de Velázquez, tanto por el tema como por la técnica. Técnicamente crea un espacio tridimensional en el que las figuras se mueven con holgura, formando un círculo en torno al yunque. La gama de colores es aquí más fría que en las obras anteriores; la luz ha abandonado por completo los juegos de claroscuro y baña la estancia de manera mucho más matizada y difuminada. El foco de luz principal se encuentra en torno al dios Apolo, no sólo por la que entra de la izquierda sino también por la aureola y la ventana de atrás. El segundo foco de luz, entre los dos cíclopes, pierde importancia al quedar un tanto apagado por el martillo que nos tapa parte del resplandor.
La mayor riqueza de colores se concentra en la figura de Apolo, poniendo un contrapunto a los tonos marrones del resto del cuadro: azul en el paisaje, verde en la corona de laurel, mostaza en el manto y azul en las sandalias.
La pincelada es ahora más suelta, más ligera, menos empastada y más fluida. Las capas de pintura no son tan opacas como en la etapa sevillana. Los fondos se hacen con una capa muy ligera de pintura y el paisaje está resuelto con muy pocas pinceladas sobre el tono de base, que se transparenta en algunos lugares.
El manto de Apolo es la zona que presenta empastes más gruesos, mientras las telas de los cíclopes están hechas con la pintura muy diluida. Para matizar los desnudos, sombrearlos y dar la sensación de suavidad al tacto de la carne, Velázquez emplea un procedimiento semejante al que empleará en el Cristo crucificado de San Plácido: sobre el tono previo de la carnación vuelve a tocar con el pincel mojado en pintura muy diluida en distintas zonas, como si manchara. Para destacar determinadas partes por la luz, como los ojos, los brillos de la armadura y los objetos metálicos, la panza de la jarra, la uña del cíclope de la derecha o las chispas que saltan del fuego, Velázquez toca con blanco, en algunos casos con un toque mínimo.
Como es habitual en el modo de hacer del pintor, unas figuras o unos objetos se superponen a otros: es el caso aquí del yunque, pintado sobre la túnica de Apolo, tapando su pie izquierdo, posiblemente para llevar la figura hacia atrás. Velázquez, también según su forma de trabajar, fue modificando la obra a medida que la pintaba, quitando y poniendo cosas o cambiando posturas y gestos.
Hay líneas blancas muy finas que marcan los contornos de las figuras, como en el manto y el rostro de Apolo o en la cabeza y el brazo del cíclope de la derecha. Como en sus otras pinturas mitológicas, trae el mito a la vida cotidiana y sustituye a los cíclopes de un solo ojo en la frente, igual que Polifemo, por cuatro contemporáneos suyos.

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